El mejor libro que tuve en mis manos del cual aún tengo recuerdo, consistía en algo muy simple: ninguna palabra fue escrita en sus páginas.
Al verlo la alegría fue el primero de todos mis sentimientos que me cubrió. Existía pureza en la intención, algo de sorpresa por el impacto, curiosidad por saber si era verdad, decepción y satisfacción por percatarme que no era un sueño. Fracaso por no ser yo su autor. Envidia por no ser yo el de la idea y admiración, profunda, por haberlo encontrado conservado junto al polvo, cercado de otros libros que si tenían palabras, en el hogar que protegió mi juventud y donde la historia era el valuarte de la conciencia. Ese libro no marco nada en mi vida más que la enorme inmensidad, esa con la que puedes jugar desde niño. Ese libro se llamó Inteligencia Militar.
martes, 2 de diciembre de 2008
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