Hasta el día de ayer mis ojos descubrían en algún momento del día o de la noche, en tu rostro una mirada silenciosa, el abrazo fuerte, el golpeteo juguetón o el sabor de tu labios, el vibrar de tu piel, el aroma de tus cabellos o el calor hirviente de ese sudor. En algún momento del día o de la noche éramos cómplices de aquellos instantes. Una breve brisa que dependía de ambos. Pero tu querías verme cuando yo quería; yo deseaba tocarte cuando tu deseabas; yo necesitaba oírte cuando tu me hablabas. Hasta el día de ayer, te buscaba y podía encontrarte en la calle, en la plaza, en alguna oficina o entre las sábanas.
Hasta el día de ayer culpaba, caprichosamente, al viento, la lluvia o al sueño por tu demora. Pero la ansiedad podía sanarse, aquel espacio entre mis brazos era ocupado por tu tiempo y estas margaritas en mis mejillas tenían tu mirada para ser deleitada.
Es curioso, pero hasta el día de ayer no sabía donde te encontrabas, pero siempre llegaba a llenarme con tu mirada. Hoy que sé perfectamente donde te encuentras, soy yo, y solamente yo, quien no puede llegar a ti.
Anoche la casa, el hogar que te prometí, estaba tal cual hoy… vacía. Anoche, tal como hoy, no se llenará con tu tiempo, la ansiedad no era por buscarte, no era por encontrar el lugar perfecto para sentir en mi piel tu nombre. La ansiedad no era por elevar mi amor más allá de mi cuerpo. Anoche, tal como hoy, la ansiedad era por saberme, así como estoy, indeseable, sin piedad, ni siquiera por estas nubes, porque yo sin ti… no soy.
martes, 2 de diciembre de 2008
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